Nicolás Roerich
ESTRELLA DE LA MADRE DEL MUNDO
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La conciencia de la humanidad se ha dirigido en todo momento hacia aquella constelación de siete estrellas conocidas como las Siete Hermanas, las Siete Mayores o la Osa Mayor. Las Escrituras exaltan este signo celestial y el sagrado Trepitaka del budismo dedica a ella un grandioso himno. Los Magos y egipcios antiguos la esculpían en las piedras. Y la fe negra de los chamanes de la salvaje taiga le rendían homenaje.
Los antiguos templos de misterio del Asia Central fueron dedicados a otro de los milagros del cielo: la constelación de Orion, que la sabiduría de los astrónomos ha llamado los "Tres Magos".
Como un par de alas iridiscentes, estas dos constelaciones se extienden en el firmamento. Entre ellas, en una rápida carrera hacia la tierra, está la Estrella de la Aurora, morada resplandeciente de la Madre del Mundo. Por su dominante luz, por su acercamiento sin precedente, predice la nueva era de la humanidad.
Las fechas, registradas hace eones, se están cumpliendo en las runas estelares, Las predicciones de los Hierofantes egipcios se revisten de realidad ante nuestros ojos. Verdaderamente, ésta es una época de milagros para quienes son testigos de ella. Aquel satélite de la Madre del Mundo, la Belleza, la vestimenta viviente, también está predestinado y desciende sobre la humanidad. Como atuendo de la purificación, el signo de la Belleza debe glorificar cada hogar.
Simplicidad, Belleza, Valentía: ¡así está ordenado! La valentía es nuestro guía. La belleza es el rayo de la compresión y la elevación. La simplicidad es la clave para abrir las puertas del misterio venidero. Y no la servil simplicidad de la hipocresía, sino la gran simplicidad del logro envuelto en los pliegues del amor. La simplicidad que abre las puertas más sagradas y misteriosas a aquel que traiga su antorcha de sinceridad y labor incesante. No la Belleza del convencionalismo y el engaño, que alberga el gusano de la decadencia, sino la Belleza del espíritu de la verdad que aniquila todos los prejuicios. La belleza encendida con la libertad y el logro verdaderos y glorificada por el milagro de las flores y los sonidos. No la Valentía del artificio, sino la Valentía que conoce las insondables profundidades de la creación y hace una discriminación entre la confianza en uno mismo en una acción y la presunción de la vanidad. La valentía que posee la espada del coraje y que derriba la vulgaridad en todas sus formas, aunque esté adornada con riquezas.
La comprensión de estas tres alianzas crea la fe y el apoyo del espíritu. Pues en la última década todo ha sido dotado de movimiento. La mayoría de los simplones en masa han cobrado movimiento y los más grandes estúpidos han comprendido que sin simplicidad, belleza y valentía, es inconcebible cualquier construcción de la nueva vida. Como también es imposible la regeneración de la religión, de la política, de la ciencia o la revaloración del trabajo. Sin Belleza, todas las páginas inscritas, como hojas marchitas y caídas, se irán con los vientos de la vida y el lamento de la hambruna espiritual estremecerá los cimientos de las ciudades, abandonadas en su abundancia de habitantes.
Hemos visto revoluciones. Hemos visto multitudes. Hemos pasado a través de muchedumbres insurrectas. Pero sólo allí contemplamos el estandarte de la paz flameando sobre las cabezas, donde la belleza resplandecía y, a la luz de su maravilloso poder, evocaba una compresión unida. Vimos en Rusia cómo la multitud escogió a los apóstoles de la belleza y los coleccionistas — los verdaderos coleccionistas, no aquellos que eran los poseedores incidentales de alguna herencia — por su honor. Vimos cómo el joven más ferviente permanecía en una intensa vigilancia, orando, bajo las alas de la belleza. Y los restos de la religión fueron revivificados allí donde la belleza no pereció y donde el escudo de la Belleza fue más firme.
Por experiencia práctica, podemos afirmar que estas palabras no son la Utopía de un visionario. No, son la esencia de la experiencia reunida en campos de paz y de batalla. Y esta experiencia múltiple no provocó desilusión. Por el contrario, fortaleció la fe en lo destinado y lo cercano, en el resplandor de las posibilidades. Verdaderamente, fue una experiencia que generó confianza en los nuevos que se apresuraron a ayudar en la edificación del Templo y cuyas voces gozosas resonaron en las colinas. La misma experiencia dirigió nuestros ojos hacia los niños que, ignorantes, aunque con el permiso de aproximarse, comenzaron a abrirse como las flores de un bello jardín. Y sus pensamientos se convirtieron en cristal, y sus ojos se iluminaron, y sus espíritus se esforzaron por proclamar el mensaje del logro. Todo ello no estaba en templos nebulosos sino aquí, sobre la tierra, aquí, donde nos hemos olvidado tanto de lo que era bello.
Parecería increíble que las personas quisieran olvidar las mejores posibilidades, pero esto sucede con más frecuencia de lo que imaginamos. El hombre perdió su llave de los símbolos de los Rig-Vedas. El hombre olvidó el significado de la Kábala. El hombre mutiló la gloriosa palabra de Buda. El hombre, con oro, mancilló la palabra divina de Cristo y olvidó, olvidó, olvidó las llaves de las puertas más sublimes. Los hombres pierden con facilidad, ¿pero cómo recobrar? El sendero de la recuperación nos permite a todos tener esperanza. ¿Por qué no, si un soldado de Napoleón descubrió la Piedra de Rosetta en una trinchera, llave de la interpretación de todos los jeroglíficos de Egipto? Ahora, cuando realmente está sonando la última hora, los hombres — aún muy pocos — comienzan de prisa a recordar los tesoros que fueron suyos desde hace mucho, y nuevamente las llaves empiezan a tintinear en la faja de la fe. Y los sueños evocan clara y vividamente la abandonada aunque siempre existente belleza. ¡Sólo aceptad! ¡Sólo recibid! Percibiréis cuán transformada estará vuestra vida interior; como se estremecerá el espíritu al darse cuenta de las ilimitadas posibilidades. Y con cuánta simplicidad la belleza envolverá el templo, el palacio y el hogar, donde palpita un corazón humano. No sabemos cómo acercarnos a la belleza: ¿dónde están las cámaras dignas, las vestimentas dignas para el festival de color y sonido? "Somos tan pobres", es la respuesta. Pero ¡cuidado!, no sea cosa que os ocultéis detrás del espectro de la pobreza. Pues dondequiera que se implante el deseo, florecerá la decisión.
¿Y como comenzaremos a construir el Museo? Simplemente. Pues todo debe ser simple. Cualquier cuarto puede ser un museo, y si el deseo que lo concibió es digno, se convertirá en poco tiempo en su propio edificio y en un templo. Y los nuevos vendrán de lejos y llamarán a la puerta; solamente no paséis por alto la llamada.
¿Como comenzaremos nuestra colección? Otra vez, simplemente, y sin riquezas, sólo con un deseo incosquistable. Hemos conocido muchas personas pobres que fueron destacados celeccionistas, y que si bien se vieron limitados por cada centavo, reunieron colecciones de arte llenas de gran significado interior.
¿Como podemos publicar? También sabemos que las grandes publicaciones de arte comenzaron con medios prácticamente insignificantes. Por ejemplo, en una obra tan idealizada como ese tremendo proyecto de publicación de postales de arte, Saint Eugénie comenzó con cinco mil dólares y en diez años rindió un beneficio anual de cientos de miles. Pero el valor de esta obra no se midió por sus beneficios económicos, sino más bien por la cantidad de publicaciones artísticas difundidas que atrajeron una multitud de corazones nuevos y jóvenes hacia el sendero de la belleza. Las coloridas postales que se publicaron artísticamente, y en un método definido, penetraron en estratos nuevos de las personas y crearon nuevos entusiastas. ¡Cuántos nuevos coleccionistas nacieron! y midiendo su acceso a nuevos corazones, los editores enviaron al mundo reproducciones de las creaciones más progresistas. De esta manera, a través de la valentía, en la simplicidad de la claridad, se crearon nuevas obras de belleza.
¿Cómo podemos abrir escuelas y enseñar? También simplemente. No esperemos grandes edificios ni suspiremos por las condiciones primitivas y la falta de material. El cuarto más pequeño — no más grande que la celda de Fra Beato Angélico en Florencia — puede contener las posibilidades más valiosas para el arte. El conjunto más pequeño de colores no disminuirá la substancia artística de la creación. Y el lienzo más pobre puede ser el receptor de la imagen más sagrada.
Si nos damos cuenta de la importancia inminente de enseñar belleza, debe comenzarse sin tardanza. Debemos saber que llegarán los medios, si se manifiesta el entusiasmo perdurable. Dad conocimiento y recibiréis posibilidades. Y cuanto más liberal sea la entrega, más rico será lo que recibamos.
Veamos lo que Serge Ernst, director de Hermitage en Petrogrado, escribe acerca de la escuela a la que se dio comienzo, por iniciativa privada, en un cuarto y que más tarde tuvo dos mil inscripciones anuales.
"Un claro día de mayo, el gran vestíbulo de Marskaya ofrece un luminoso festival para la vista. ¡Qué puede faltar! Toda una pared está cubierta de iconos austeros y brillantes; mesas enteras resplandecen con hileras policromas de jarrones y figuras de mayólica; finalmente, aquí hay ornamentos pintados para la mesa de té y más allá, lujosamente bordadas en seda, oro y lana, hay alfombras, almohadas, toallas y blocs para escribir. Aquí hay muebles acogedores adornados con intrincada artesanía. También hay vitrinas llenas de encantadoras fruslerías. De las paredes cuelgan los planos de los objetos más variados para la decoración de la casa, empezando por planos arquitectónicos y terminando con los planos para la composición de una estatua de porcelana. Las medidas y dibujos arquitectónicos de los monumentos de arte antiguo son las interesantes ilustraciones de la clase de gráficos; en las ventanas, en lugares coloridos y brillantes, se exhiben las creaciones de la clase, en vidrio de color. Más allá, frente al espectador, hay una compañía blanca de las producciones de la clase de los escultores, de la clase de dibujos de animales; y en la parte superior espera toda una galería llena de pinturas al óleo y naturalezas muertas. Y toda esta variedad de creación vive, está vital con un completo entusiasmo joven. Todo el feliz campo del arte de nuestros días recibe aquí su debida consideración, en una íntima relación con los asuntos artísticos del presente. ¿Y qué es más sublime, qué puede recomendar más la escuela de arte que este contacto precioso e inusual?"
En estos contactos de entusiasmo y en la economía de todos los logros preciosos, la obra de la escuela progresa rápidamente y cada año se reúnen nuevas fuerzas que son las dignas protectoras de la futura cultura del espíritu. ¿Cómo reclutar estas nuevas fuerzas? Muy simple. Si sobre la obra reluce el signo de la simplicidad, la belleza y la valentía, enseguida se reunirán fuerzas nuevas. Llegarán cabezas nuevas, depuestas y a la espera desde hace mucho tiempo del milagro maravilloso. La única cosa: ¡no permitamos que estos buscadores nos pasen de largo! ¡No dejemos que ninguno pase de largo en la penumbra!
¿Y cómo acercarnos nosotros mismos a la belleza? Esto es lo más difícil. Podemos reproducir pinturas; podemos realizar exposiciones; podemos abrir un estudio; pero, ¿dónde encontrarán una salida los productos del estudio? ¿Dónde penetrarán los productos del estudio? Es fácil hablar, pero es difícil admitir la belleza en la casa de la vida. Pero mientras nosotros mismos rechacemos la entrada de la belleza en nuestra vida, ¿qué valor poseerán estas afirmaciones? Serán estandartes insignificantes en un hogar vacío. Al permitir la entrada de la belleza en nuestra casa, debemos determinar el incuestionable rechazo de la vulgaridad y la pomposidad y todo lo que se oponga a la bella simplicidad. Verdaderamente, ha llegado la hora de afirmar la belleza en la vida. Llegó con la fatiga de los espíritus de los pueblos. Llegó con la tormenta y los rayos. Esa hora llegó antes de la venida de Aquel Cuyos pasos ya están resonando.
Cada hombre lleva "una balanza en el pecho"; cada uno pesa su propio karma. De modo que ahora, en forma liberal, se nos ofrece a todos la vestimenta viviente de la belleza. Y cada ser viviente racional puede recibir de ella una prenda y arrojar lejos de sí ese ridículo temor que susurra: "No es para ti". Debemos deshacernos de ese miedo gris, de esa mediocridad. Pues todo es para vosotros si manifestáis el deseo de una fuente pura. Pero recordad, las flores no brotan en el hielo. Sin embargo, cuántos carámbanos esparcimos, entumeciendo nuestro esfuerzo más digno a través de una humilde cobardía.
Algunos corazones cobardes determinan interiormente que la belleza no puede ajustarse a la escoria gris de nuestros días. Pero sólo les ha susurrado la pusilanimidad, la pusilanimidad del estancamiento. Todavía entre nosotros están los que repiten que la electricidad nos está cegando; que el teléfono está debilitando nuestro oído; que los automóviles no son prácticos para nuestras carreteras. Igualmente timorato e ignorante es el temor de la no reconciliación de la belleza. Expulsemos de nuestros hogares este absurdo y resonante "no" y transformémoslo, por medio del regalo de la amistad y la joya del espíritu, en un "sí". ¡Cuánto estancamiento turbio hay en el "No" y cuánta franqueza con respecto al logro en el "Sí"! Debemos pronunciar "Sí" y la piedra desaparece, y lo que ayer todavía parecía inalcanzable, hoy se acerca más y está a nuestro alcance. Recordamos un incidente conmovedor: un pequeño, no sabiendo cómo ayudar a su madre moribunda, escribió una carta lo mejor que pudo a San Nicolás, el Hacedor de Milagros. Se dirigió a ponerla en el buzón, cuando un "Transeúnte Casual" se acercó para ayudarlo a alcanzarlo, y se percató de la inusual dirección. Y verdaderamente, la ayuda de Nicolás, el Hacedor de Milagros, llegó a este pobre corazón.
Así, a través del trabajo del cielo y de la tierra, conscientemente y en la práctica viviente, la vestimenta de la belleza nuevamente cubrirá a la humanidad.
Quienes han conocido a los Maestros en vida, saben lo simples, armoniosos y bellos que son. La misma atmósfera de belleza debe invadir todo lo que se aproxima a Su región. Las chispas de Su Llama deben penetrar en las vidas de los que esperan al que Pronto Llegará. ¿Cómo conocerlos? Sólo con los más dignos. ¿Cómo esperar? Fusionándonos con la Belleza. ¿Cómo abarcar y retener? Llenos de esa Valentía concedida por la conciencia de la belleza. ¿Cómo venerar? Como en presencia de la belleza que hechiza hasta sus enemigos.
En la profunda penumbra, brillante con una gloria sin igual, resplandece la Estrella de la Madre del Mundo. Desde abajo, renace la ola de una sagrada armonía. Un pintor tibetano de iconos toca su canción en una flauta de bambú ante la imagen sin terminar de Buda-Maitreya. Al adornar la imagen con todos los símbolos del santo poder, este hombre, con la larga trenza negra, a su modo, ofrece su mayor regalo a Aquel que es Esperado. Así traeremos la belleza a las personas: ¡simple, bella, valientemente!
Talai-Pho-Brang, 1924