jueves, 24 de noviembre de 2011

Homenaje a Nicholas Roerich


Nicolás Roerich

LA GRAN MADRE

--------------------------------------------------------------------------------

LA GRAN MADRE

Desde los tiempos más antiguos, las mujeres han llevado una guirnalda sobre sus cabezas. Se dice que con esta guirnalda han pronunciado los conjuros más sagrados. ¿Acaso no es la guirnalda de la unidad? Y esta sagrada unidad, ¿acaso no es la mayor responsabilidad y la bella misión de la mujer? De las mujeres podemos oír que debemos buscar el desarme no en los buques de batallas y las armas, sino en nuestros espíritus. ¿Y de dónde puede la generación joven oír su primera caricia de unificación? Sólo de la madre. Tanto para Oriente como para Occidente, la imagen de la Gran Madre, la condición de mujer, es el punto de la unificación última.

Raj-Rajesvari, la Madre Todopoderosa. A ti, el hindú de ayer y de hoy te canta su canción. A ti te traen las mujeres sus flores de oro y a tus pies colocan los frutos para la bendición y los llevan de regreso a sus hogares. Y glorificando tu imagen, la sumergen en las aguas, por temor a que un hálito impuro toque la Belleza del Mundo. A ti, Madre, está dedicado el sitio de la Gran Montaña Blanca, que jamás ha sido conquistada. Pues cuando llegue la hora de extrema necesidad, allí estarás y levantarás la Mano para la salvación del mundo. Y rodeada de todos los vientos arremolinados y toda la luz, te yerguerás como una columna de espacio, y convocarás todas las fuerzas de los mundos lejanos.

Devastados están los templos antiguos. Las columnas están agrietadas. Y las bombas han atravesado las paredes de piedra.

En Goa, los barcos portugueses llegaron hace mucho tiempo. Sobre las altas proas de las carabelas, las imágenes de la Madonna resplandecían con el oro, y en su Gran Nombre, se dispararon balas de cañón contra los antiguos santuarios. ¡Las columnas de Elefanta fueron destruidas por balas de cañón! ¡Todo por la Virgen de los Conquistadores!

En Sevilla, en el Alcázar, hay una antigua pintura de Alejandro Fernández, que lleva este mismo título. En la parte superior del cuadro, en el resplandor de la luz celestial de las nubes, está la Santa Virgen con una sonrisa benigna y Su amplio manto abriga a una hueste de conquistadores. Debajo se ve un mar turbulento cubierto de galeones, listos para zarpar hacia nuevas tierras lejanas. Quizás éstos sean los mismos barcos que destruirán el santuario de Elefanta. Y con una sonrisa benigna, la Virgen compasiva observa a los conquistadores, como si Ella Misma se levantara con ellos para destruir las adquisiciones ajenas. Ya no se trata de la amenazadora advertencia del profeta Elías, ni del Arcángel Miguel, el constante guerrero. Pero Ella Misma, la Pacífica, se levanta en la conciencia del pueblo para la batalla, como corresponde a la Madre del Mundo procuparse por los actos de matanza humana.

Mi amigo está indignado. Dice:

—"¡Mira! ¡Esta pintura ciertamente es honesta! En ella, es evidente toda la psicología de Europa. ¡Fíjate en la presunción! Se preparan para sitiar los hallazgos extranjeros de tesoros y atribuyen protección por sus actos a la Madre de Dios. Ahora compara cuán diferente es la disposición de Oriente, donde la benévola Kwan Yin cubre a los niños con su vestimenta, defendiéndolos del peligro y de la violencia.

Otro amigo presente defiende la psicología de Europa y también se refiere a ciertas pinturas como verdaderos documentos de la psicología de cada época. Recuerda cómo en las pinturas de Zurbarán o Holbein, la Santa Virgen cubre con Su velo a todos los que vienen a Ella. Al referirse a las imágenes de Oriente, recuerda a los aterradores idams con cuernos, adornados con terribles atributos. Recuerda la danza de Durga sobre cuerpos humanos y sobre collares hechos con cráneos.

Sin embargo, el representante de Oriente no cede. Señala que en estas imágenes no existe un elemento personal y que los atributos aparentemente aterradores son los símbolos de los elementos desenfrenados, y sólo al conocer su poder el nombre comprende que puede conquistarlos. El amante de oriente señaló cómo se han usado en todas partes los elementos de terror y que en los Infiernos de los frescos de Orcana en Florencia se representaron llamas nos menos aterradoras y cuernos no menos demoníacos. Todos los horrores del pincel del Bosco o del austero Grunwaid rivalizan con las figuras elementales de Oriente.

El devoto de Oriente dijo que en su opinión la llamada Madonna de Turfan era una evolución de la Diosa Marichi, que después de ser una cruel devoradora de niños, gradualmente fue convirtiéndose en su solícita guardiana y llegó a ser la compañera espiritual de Kuvera, el dios de la fortuna y la riqueza. Al recordar estas evoluciones benévolas y elevadas aspiraciones, podemos mencionar una costumbre que aún existe en Oriente. Los lamas suben a una alta montaña y, para la salvación de viajeros desconocidos dispersan piqueñas imágenes de caballos que los vientos se llevan lejos. En esta acción yace un sentido de benevolencia y renuncia.

A esto, la respuesta dada al amante de Oriente fue que Procopio el Justo, en un signo de abnegación, desvió la nube de piedra de su ciudad nativa y, en las altas orillas del Dvina, rogaba siempre por los viajeros desconocidos. Y también se señaló que en Occidente, muchos santos como Procopio renunciaron a su alta posición terrenal por el bien del Mundo.

En estos hechos y en estas plegarias «por los desconocidos, por los ignotos, por los que no tienen historia» yace el mismo gran principio de ser anónimo, y la conciencia de la transitoriedad de la encarnación que también resulta tan tan atractiva en Oriente.

El amante de Oriente acentuó el hecho de que este principio de ser anónimo, o la renunciación de nuestro título temporal, ese comienzo de una entrega benévola desinteresada, ha sido llevado a un nivel mucho más amplio y elevado en Oriente. En cuanto a ello, nos recordó que todos los primitivos bizantinos, italianos antiguos y de los Países Bajos, los iconos rusos y otros primitivos tampoco están firmados y que el comienzo de las firmas personales apareció mucho después.

La charla giró hacia los símbolos de omnipotencia y omnisciencia, y nuevamente fue evidente que los símbolos idénticos han pasado a través de las más variadas manifestaciones. La conversación continuó porque la vida ha dado ejemplos inagotables. En respuesta a cada indicción de Oriente, se ofrecía un ejemplo de Occidente. Uno recordaba los caballos de cerámica blanca que, hasta la actualidad, permanecen en círculos en los campos e la India meridional, y sobre los cuales — se dice — las nujeres emprenden vuelos en sus cuerpos astrales. En respuesta a esto, se presentaron las imágenes de las Valquirias y hasta la proyección contemporánea de cuerpos astrales. Luego se recordó en forma conmovedora cómo las mujeres de la India adornan cada día los umbrales de sus hogares con algún dibujo diferente, el dibujo del bienestar y la felicidad; pero al mismo tiempo, se recordó que las mujeres de Occidente borraban sus numerosos dibujos para la salvación de aquellos seres queridos.

Uno evocó al gran Krishna, pastor benévolo, e involuntariamente lo comparó con la antigua imagen del eslavo Lel, un pastor que se parece en todo sentido a este prototipo hindú. El otro recordó las canciones en honor de Krishna y las Gopis, las compararon con las canciones de Lel y las danzas corales de los eslavos. Uno recordó a la mujer hindú en el Ganges y sus antorchas de salvación para su familia. Y éstas fueron comparadas con as guirnaldas arrojadas al río durante la celebración de la Trinidad, una costumbre querida para todos los eslavos arios.

Al recordar todos los conjuros y las evocaciones de los hechiceros de la costa de Malabar, no se puede pasar por alto los mismos ritos de los chamanes siberianos, las brujas finlandesas, los clarividentes de Escocia y los hechiceros pieles rojas.

Ni la separación de los océanos ni los continentes habían afectado la esencia del concepto popular de las fuerzas de la naturaleza. Alguien recordó la nigromancia del Tíbet y la comparó con la masa negra de Francia y los satanistas de Creta.

Al oponer los hechos, los exponentes de Oriente y Occidente se encontraron hablando sobre cosas idénticas: las aparentes diferencias se convirtieron sólo en diversos grados de la conciencia humana. Estos conversadores se miraron uno a otro con asombro, ¿dónde estaban el Oriente y el Occidente que estaban tan acostumbrados a contrastar?

La tercera persona, que había permanecido en silencio, sonrió:

— "¿Y dónde están las fronteras de Oriente y Occidente? ¿Y acaso no es extraño que Egipto, Argelia y Túnez, que están al sur de Europa en el concepto general, estén considerados como Oriente? ¿Y los Balcanes y Grecia, al este de ellos, sean parte de Occidente?"

Recordé entonces que, caminando por las costas de San Francisco con un profesor de literatura, nos preguntamos uno al otro:

— "¿Dónde estamos en realidad? ¿En el extremo Occidente o en el extremo Oriente?"

Si China y Japón, en relación con el Cercano Oriente, Asia Menor, son considerados como el Lejano Oriente, siguiendo con la misma línea de argumento, ¿acaso América, con sus incas, mayas y pieles rojas, no debe considerarse como el Más Lejano Oriente? ¿Qué podemos hacer, entonces, con Europa, que aparecería rodeada de Oriente por ambos lados?

Recordamos que durante la época de la Revolución Rusa, los finlandeses consideraban que Siberia les pertenecía, aportando como razones sus semejanzas tribales. Recordamos que Alaska casi toca Siberia, y el rostro de los pieles rojas, comparados con muchos mongoloides, sorprendentemente semejan un solo rostro asiático.

De esta manera sucedió que por un momento los adversarios habían dejado de lado toda la superstición v os prejuicios. El exponente de Oriente habló "de los Cien Brazos" de la Iglesia Ortodoxa y el exponente de Occidente exaltó y admiró las imágenes de Kwan-Ym, la misericordiosa poseedora de muchos brazos. El exponente de Oriente habló con respecto del atuendo bordado en oro de la Madonna italiana y sintió la profunda penetración de las pinturas de Duccio y Fra Angelico, y el amante de Occidente rindió homenaje a los símbolos e la Omnisciente Dukhar, la de los numerosos ojos. Recordaron a la Todo Compasiva. Recordaron los múltiples aspectos de la Que Todo lo Otorga y de la Todo Misericordiosa. Recordaron lo bien que la psicología de las personas había concebido la iconografía de los símbolos y qué enorme conocimiento yacía oculto en la actualidad bajo las líneas muertas. Allí, donde los preconceptos desaparecen y se olvida el prejuicio, aparece una sonrisa.

Y como si se hubieran liberado de una gran carga, hablaron de la Madre del Mundo. Con afecto recordaron al cardenal italiano, que tenía el hábito de aconsejar a los veneradores:

"No agobiéis a Cristo el Salvador con vuestras peticiones, pues El está muy ocupado; mejor dirigid vuestras plegarias a la Santa Madre. Ella transmitirá vuestras plegarias a quien sea necesario."

Recordaron que un sacerdote católico, un hindú, un egipcio y un ruso una vez se dedicaron a investigar el origen del Signo de la Cruz y que cada uno buscó un significado que sirviera a su propósito, pero todos llegaron al mismo significado unificador.

Recordaron intentos que pasaron por la literatura, que tenían la intención de identificar las palabras "Cristo" y "Krishna", y nuevamente recordaron a Iosaf y a Buda. Y como en ese momento la mano benévola de la Madre del Mundo hizo a un lado todos los prejuicios, la conversación pudo desarrollarse en tonos pacíficos.

Y en lugar de llegar a una aguda contradicción, los defensores de Oriente y Occidente se volvieron hacia una reconstrucción creativa de imágenes.

Uno de los oradores recordó la historia de un discípulo de Ramakrishna que citó el gran respeto dado a la esposa de Ramaknshna a quien, de acuerdo con la costumbre hindú, llamaban Madre. Otro comparó el sieni-ficado de la palabra Madre con el concepto de "Materia matrix".

Las imágenes de la Madre del Mundo, de la Madonna la Madre Kali, la Benévola Dukhar, Ishtar Kwan-Yin Miriam, la Blanca Tara, Raj-Rajesvari, Niuka, todas estas grandes imágenes, todas estas Grandes Entidades, que se Sacrificaron, fluyeron juntas en la conversación como una Unidad benévola. Y cada una de ellas, en su propia lengua, pero comprensible para todos, pronunció que no debía haber división sino construcción. Todos pronunciaron que el día de la Madre del Mundo había llegado, cuando las Energías Supremas se aproximarían a nuestra Tierra, pero que a causa de la ira y la destrucción, estas energías, en lugar de la creación predestinada, podían resultar en catástrofes desastrosas.

En la sonrisa de la Unidad todo se volvía simple. La aureola de la Madonna, tan odiosa para los prejuiciosos, se convirtió en una radiación físico-científica: el aura, conocida hace mucho por la humanidad.

Los símbolos de hoy, que los racionalistas interpretan tan mal, de ser considerados sobrenaturales, de repente se volvieron accesibles para el investigador. Y en este milagro de simplicidad y comprensión, se volvió claro el hábito de la evolución de la Verdad.

Uno de los oradores dijo:

— "Aquí hablamos ahora de experimentos puramente físicos, ¿pero acaso no comenzamos con la Madre del Mundo?"

Entonces, el otro cogió del cajón de su escritorio un trozo de papel y lo leyó:

— "Un hindú de hoy, graduado en muchas universidades, se dirige de la siguiente manera a la Gran Madre, la Mismísima Raj-Rajesvari:"

Si no me equivoco, entonces, madre, Tú lo eres todo...

El anillo, el camino, la oscuridad, la luz, el vacío,

Y el hambre, la pena, la pobreza y el dolor...

Desde la aurora hasta el ocaso, desde la noche hasta la mañana y la vida

y la muerte, si existe...

Tú eres todas las cosas.

Si tú eres ellas, entonces el hambre, la pobreza y la riqueza son sólo

formas transitorias de Ti

No sufro ni disfruto

Pues Tú lo eres Todo, y con certeza soy Tú.

Si Tú eres El, manifiéstate a los mortales.

Luego pásame a través de Tu Luz hasta El, la Verdad.

La única Verdad, que conocemos con tanta debilidad en Ti.

Luego flagela este cuerpo mortal como lo desees.

O rodéalo de una comodidad de oro, rica y suave...

No lo sentiré, pues con Tu Luz sabré

Pues Tú eres El y Yo soy Tú...

La Verdad.

Y el tercero añadió:

— "Al mismo tiempo, en el otro extremo del mundo, las personas cantan:"

¡Glorifiquémoste, Madre de la Luz!

Y las viejas bibliotecas de China y los antiguos centros de Asia Central conservan, desde la antigüedad, muchos himnos a la misma Madre del Mundo.

A lo largo de todo Oriente y Occidente vive la imagen de la Madre del Mundo y se dedican salutaciones profundamente significativas a esta Elevada Entidad.

Los Grandes Rasgos del Rostro muchas veces están cubiertos y bajo los pliegues de este velo, resplandeciente con los cuadrados de la perfección, ¡puede que no se vea el Único Gran Aspecto Unificador, común a Todos Ellos!

¡Paz para el Mundo!

Talai-Pho-Brang, 1928.